El lenguaje según Stephen King y Mario Levrero

Tiempo atrás, tal vez hace dos veranos, leí casi en simultáneo dos libros: El discurso vacío de Mario Levrero y Mientras escribo de Stephen King. Dos escritores que, por razones diferentes, admiro mucho. El uruguayo hace años que se mantiene en el podio de mis favoritos, por debajo de César Aira, y peleando el segundo lugar con escritores que suben y bajan según mi estado de ánimo, mis descubrimientos y, por supuesto, las modas. El yanqui está muy ligado a lo emotivo: está entre los primeros autores que leí por propia decisión, allá, en mi adolescencia, y admiro (punto de coincidencia con Aira) su inagotable inventiva. El discurso vacío inevitablemente iba a leerlo, como sucederá con los libros de Levrero que aún no leí. La lectura de Mientras escribo surgió a partir de recomendaciones y, por supuesto, curiosidad mía, genuinamente mía: cómo no voy a querer saber lo que tiene para decirme de la escritura un tipo como King. En definitiva, en este caso tenía bastante claro con qué me iba a encontrar, y en el otro, no tanto, y por eso mismo me llamó la atención el diálogo que se armó, en mi cabeza, entre ambos textos.

Escribo: “diálogo”. Corrijo y escribo: “grieta”.



King explica por qué decidió escribir su libro. Cuenta que una vez interrogó a Amy Tan, escritora y corista de la banda de rock que ambos conformaban junto a otros escritores, sobre qué pregunta nunca le habían hecho en sus conferencias. La respuesta, sencilla, fue el disparador de Mientras escribo: “Nunca me preguntan nada sobre el lenguaje”. A partir de esto, King reflexiona:


Amy, sin embargo, tenía razón: nunca te preguntan por el lenguaje. A un DeLillo, un Updike, un Styron, sí, pero no a los novelistas de gran público. Lástima, porque en la plebe también nos interesa el idioma, aunque sea de una manera más humilde [...]

Y luego, concluye:


Las páginas siguientes pretenden explicar con brevedad y sencillez mi ingreso en el oficio, lo que he aprendido acerca de él y sus características. Trata del oficio con que me gano la vida. Trata del lenguaje. 

Una buena parte del libro es una autobiografía en tono épico, que muestra el ascenso de King como escritor. Luego un pasaje nos aconseja no tomarse la escritura a la ligera (para hacer cosas por el simple acto de hacerlas, prefiere que vayamos a lavar el auto). Y luego llega el capítulo titulado “Caja de herramientas”. Aquí habla del vocabulario, la gramática, aconseja no utilizar indiscriminadamente la voz pasiva ni ciertos adverbios, etc. Pero esto, lo que dice (que, admito, es útil), no es lo que me interesa, sino la concepción de lenguaje que tiene King: el lenguaje es una herramienta. Incluso, compara el oficio del escritor con el del carpintero. Es decir, el lenguaje (en este caso, escrito),es una herramienta (o una caja con varias herramientas) que el escritor manipula para construir sus ficciones (ya que de escribir cuentos y novelas habla King). Un martillo, un destornillador, un serrucho…

Más allá de esto, King no dice nada que no hayamos leído/escuchado antes, como "Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo", o "Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas", etc.



Levrero también explica por qué escribe su libro. Una parte, “Ejercicios”, lo integra su “autoterapia grafológica”. El método, sugerido por un amigo (loco, según Levrero) supone que el estado psíquico de una persona está ligado a su caligrafía; si esta mejora, la persona también. La otra parte, que le da el nombre al volumen, es más literaria, ensayística, y se centra en reflexiones sobre el lenguaje y el acto de escribir. Más allá de esta distinción realizada por Levrero, uno no tarda demasiado en darse cuenta que los “Ejercicios” y  “El discurso” tratan de lo mismo. 

Para el uruguayo escribir es una necesidad vital (King dice más o menos lo mismo), aunque esta actividad se ve entorpecida constantemente por la vida (la mujer, el hijo, las mascotas). Pero esta tensión entre literatura y vida en realidad es constitutiva del propio acto de escribir.


También desvía mi atención el recuerdo de un sorprendente descubrimiento que realicé ayer de tarde, durante la siesta: descubrí que me desagrada profundamente el estado de relajación —especialmente cuando viene acompañado de una notable paz mental.
Ese descubrimiento me dejó perplejo y preocupado, ya que conscientemente busco el relax y la paz mental, y me pregunto por qué no los puedo obtener. La respuesta práctica y evidente que recibí ayer es: no los consigo porque no los quiero.

Sobre el discurso, Levrero dice que no hay ninguno (salvo el político) que pueda presentar  contenidos falsos. Pero antes que un soporte para contenidos, reconoce en el lenguaje “un fluir, un ritmo, una forma aparentemente vacía” que podría albergar cualquier tema, y de esa capacidad sospecha Levrero, porque presiente que detrás de esa apariencia de vacío se esconden muchas cosas. Lo interesante es dónde pone el acento: en la forma, no en el contenido, es decir,  en el significante, no el el significado. Le importa la materialidad propia del discurso y no (tanto) lo que pueda referenciar. Claramente, aquí el lenguaje dejar de ser una simple herramienta con la que se construyen historias, el lenguaje es la cuestión:


La gente incluso suele decirme: “ahí tiene un argumento para una de sus novelas”, como si yo anduviera a la pesca de argumentos para novelas y no a la pesca de mí mismo. Si escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, avivar el seso y descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su mayoría trozos de la memoria del alma, y no invenciones.

El lenguaje nos atraviesa, ni siquiera nos pertenece del todo (si fuese algo personal, no podríamos comunicarnos), y en el lenguaje nos constituimos como sujetos y a partir de él constituimos a los demás y al mundo: ¿cómo algo tan complejo, tan esencial, puede ser pensado como una simple herramienta?

En el primer ensayo de El fuego y el relato Giorgio Agamben asegura que la novela deriva de los misterios paganos y, entonces, queda en toda literatura un rastro de ese misterio original, de ese fuego, y ese rastro se registra solo en la lengua. “Escribir significa contemplar la lengua, y quien no ve y ama su lengua, quien no sabe deletrear la tenue elegía ni percibir el himno silencioso, no es un escritor”, sentencia.

Levrero, como se ve, no piensa su libro como una serie de consejos para futuros escritores, sino como una reflexión sobre el lenguaje. ¿Pero no es eso lo que se proponía King, según sus propias palabras: hablar del lenguaje? Sí, pero no es lo que hace. King termina hablando sobre el acto de escribir, nos enseña su método para plasmar de manera correcta esa historia que tenemos en mente, pero nada nos dice del lenguaje. Quizás sin quererlo, evita contestar la pregunta que tanto le gustaría que le hagan.

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